Sintonizo
Desconecto el silencio en mi cabeza y, de repente, se sintoniza el dial de la vida. Esto es, por causas selladas a la amistad, descuelgo de mis orejas los auriculares del mp3 y dejo de moverme por el mundo, en ciertos momentos del día, como en un videoclip, dentro de un concierto diferente en función del grupo o el artista que esa jornada haya cargado en mi aparatito.Y cuando salgo a la calle vuelven los sonidos, el tam-tam de lo cotidiano, las voces, y con ellas el resto de mis sentidos. He leído en algún sitio que las personas que pierden la vista desarrollan más los otros sentidos. En mi caso, al no enchufarme el mp3, he recuperado el oído, la vista y el tacto de una tacada (el olfato, con lo que fumo, sigue igual de atrofiado, mientras que el gusto siempre permanece, para desgracia mis abdominales).
Así, vuelvo a escuchar los sarcasmos de las abuelas cuando no encuentran asiento libre en el autobús, las ordinarieces de los obreros cuando una jovencita pasa por su lado (me percato, entonces, de que ya no se sueltan piropos), las risas de una pareja frente a un escaparate de vestidos de novia, el fru-fru de mi chaqueta, cláxones, frenazos e insultos en la calzada y en la acera, el tono engolado de un ejecutivo engominado mientras habla por teléfono y se mira ufano en el cristal de un escaparate (¿se dirá a sí mismo: "qué bueno estoy, joder"?).
Ante estas situaciones, como si el organismo me ofreciera una compensación, mi mirada se detiene en la transparencia del mediterráneo debajo de casa, en la joven que acompaña del brazo a un viejecito arqueado ante el peso de la vida, en la abuela que se ríe a carcajadas con su nieto, en las carantoñas de unos cincuentones en la cola de la Fnac.
La transformación llega hasta la música. Las canciones se modifican, a tono con mis sentimientos.
"Una mujer, que nunca me provoca
me ha condenado a risas sin motivo"
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