lunes, diciembre 04, 2006

Perdón

Hemos hecho las paces.

Allí, a los pies del monte Ipete, mirando esos bosques que se despiden del otoño y anuncian el invierno en las copas de los árboles ya desnudos; ante esos caminos en los que se inició como contrabandista y donde la Gendarmería francesa lo detuvo para enrolarlo en la Legión Extranjera como castigo; en esas montañas que cambió por las llanuras africanas de Monrovia (cuando todavía era Monrovia y no se había convertido en la Liberia de hoy día). Por eso todavía no entiendo por qué te trajeron aquí.

Allí hablamos el domingo por la mañana. El viento y el frío de los Pirineos por testigo, acompañados por un cielo plomizo y gris, de los que apenas se ven en Alicante, por lo que no asustan.

Y hablamos en silencio, eso silencios que durante años nos acompañaron porque no sabíamos cómo decirnos lo que teníamos que decirnos. No deja de ser paradójico que me dedicara a la comunicación y que en todo ese tiempo que vivió no supiera, en ocasiones tampoco quería, relacionarme con él.

Por fin, hablé. No verbalizé nada; le hablaba con el corazón. Creo que por primera vez en mi vida. Él, dos metros bajo tierra; yo, parado, embutido en mi forro polar y mirando un trozo de hierba. Sé que lo necesitábamos, los dos. Que lo habíamos aplazado demasiado. Tanto que él murió y ese día fue el único que lloré por él, con rabia por no haberme dado lo que yo quería, por haberse comportado como alguien extraño, por no haber sido quien yo necesitaba y me hubiera cargado de responsabilidades que no me correspondían.

No le perdonaba todo eso. Y de alguna manera, ayer se lo dije. Allí en Iragi, en el pueblo que le vio nacer y al que mis hermanos y yo volvemos porque él era de esa tierra. Sé que me oía. No es que yo quisiera creerlo. Lo sé, me escuchaba. Quizá también por primera vez.

Cuando empezaba a confesarle que durante estos años he tenido miedo de haber heredado su parte mala, mi cuerpo reaccionó. Como si fuera un niño que reprocha, y en esas quejas fuera una disculpa, me sentí desvalido, sólo. "Me hubiese gustado que lo supieras cuando estabas vivo, no ahora", gritaba en mi interior. Empecé a llorar. Quería que me abrazara. No contuve las lágrimas. Era un niño en esos momentos.

Creo que él sonrió mientras me decía que no me preocupara. Y me abrazó. Estoy seguro. En esos precisos instantes las nubes se abrieron. Apareció el sol y sentí que sólo me daba calor a mí, a nadie más en el mundo. Que su luz sólo me enfocaba a mí. No creo en los simbolismos, pero por unos minutos había claridad en un cielo que antes estaba oscuro. Y no quise contener las lágrimas. Lloraba de liberación, sin temor, sin pudor, infantilmente.

Le dejé un paquete de Ducados y un mechero, su gran vicio. Las ramas de un endrino se asoman por encima de la tapia del cementerio justo sobre donde está enterrado. En primavera seguro que alguna gota de su licor le alegra la espera.

Es mi padre.

6 Comments:

At 1:22 p. m., Anonymous Anónimo said...

No sé si habrás heredado su parte mala. Pero yo no la cambiaría ni por la mejor de las partes de cualquier otro.

 
At 11:03 p. m., Blogger folabe said...

Creo que en el fondo, aunque me ha costado lo mío, he comprendido que tenemos tanto de una cosa como de la otra y que sólo depende de mí cómo usarlas, ya que eso no se hereda.
No soy un santo ni tampoco aspiro a serlo, y hecho cosas mal, de las que sólo yo soy responsable.
De todas formas, gracias por la apuesta.

 
At 5:43 p. m., Anonymous Anónimo said...

Estoy seguro de que lo que sentiste fue real,igual que lo sentí yo leyendo tu breve relato. Como tantas otras veces, me alegro de volver a sentir dentro de mi ese cosquilleo que da el sentir cosas mutuas.
Deika

 
At 1:54 a. m., Anonymous Anónimo said...

Se reactivan, hermano, nunca desaparecen, siempre están ahí, siempre han estado. Indescifrable, pero tan cierto como el sol que salió el otro día.
Me acordé de Joris Capembergs, de su ying y su yang, de que tiene que haber una noche para que exista un día.
De que, aunque ya hace años que nos suceden, no podemos dejar de maravillarnos porque ocurran, pese a que nos separen miles de kilómetros.
¿Seremos gemelos?

 
At 12:25 a. m., Anonymous Anónimo said...

¿Miedo de heredar lo malo? ¿Crees que uno no puede luchar contra su naturaleza, que si heredaras lo malo estarías condenado a ser así?
Uno puede decidir qué tipo de persona quiere llegar a ser o a qué tipo de persona no quiere parecerse...
Por otro lado, no sé si "lo malo" realmente lo sería tanto, pero es tu origen, tu procedencia, y no puedes renunciar a ello. Por eso me alegro de esta reconciliación.

 
At 2:33 a. m., Blogger folabe said...

Estoy de acuerdo, anónimo, pero ¡qué difícil es, a veces darse cuenta de las cosas simples! Él era él, y yo otro distinto, lo que he hecho y lo que haré sólo lo hago yo, no él.
Por otra parte, hubiera estado bien saludarte por tu nombre, más que por tu pseudónimo.

 

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