Me pediste una historia, ¿no? (I)
Apestaba a alcohol pero aun así trataba de sonreir con indiferente insinuación. Ultimamente los descreídos ligan más, pensaba para mí. Seguía pidiendo pacharanes con hielo sin importarme, tan siquiera lo más mínimo, que mi sonrisa reflejara todo lo contrario. Era una sensación extrañísima.La chica del cabello desteñido miraba constantemente por el rabillo del ojo izquierdo. A medida que crecía mi indiferencia y la borrachera superaba límites insospechables para la hora, su mirada era cada vez más descarada. De vez en cuando, la rodilla que tenía próxima a la barra se movía y podía entrever, fuzgamente, sus blancos muslos. Estaban algo sucios. Yo pensaba que además eran desteñidos.
Traté de imaginarme alguna otra cosa. Aquello podía resultar repugnante si no dejaba de intentar comprobar si aquella muchacha en la barra de "El coscorrón" tenía los muslos sucios o yo se los veía así. Ninguna imagen venía a salvarme. Aquello también me asqueaba. Desde el otro lado de la barra, Antonio atendía y engañaba, con la sonrisa de avaro pirata camuflada entre su poblada barba, a todo jovenzuelo confundido, pureta pasando revista a su cercana juventud o macarra de rizadas greñas, igual que lo hacía con el resto del universo que poblábamos la noche alicantina.
Entre cerveza y cerveza se volvía hacia mí creyendo que mi copa estaba vacía. De alguna manera me obligaba a beber con más pausa y algo más de placer. Aunque esto último era lo que yo quería pensar, dado mi estado etílico. Por otra parte, la cantidad de alcohol en mi cuerpo estaba despendolado, como la mirada de la chica desteñida. Terminé aquella copa y me marché sin despedirme.
La cuesta donde estaban "El Brujo" y "Yerbeta" tenía la circulación humana de la que carecía horas antes, cuando viajé en dirección contraria, rumbo al histórico "Coscorrón". Los apasionados niñatos rockers, y los niñatos que no lo eran, suspiraban de amor a ritmo sureño mirando evocadoramente al ventilador del techo de "El Brujo". Cuando pasé por la puerta no pude reprimir una fastidiosa sensación de superioridad. Estaba algo borracho, no me había duchado en dos días, los pantalones que llevaba eran de un color distinto según mirases de un lado o de otro, iba sin afeitar y me había cortado el pelo aquella misma tarde. Pero me sentía superior. A mis veintiún años observaba a aquellos pueriles quinceañeros como excitante experiencia ya pasada.
Los clientes de "Yerbeta" eran como mi otro yo, una proyección de futuro. La necesidad de otras personas se limitaba a ciertos aspectos o situaciones de la vida. La soledad perfilaba frecuentemente sus rostros, caras de ansiedad o desamor, cuerpos que escondían innumerables pasiones instintivas, zapatos que arrastraban incertidumbres de bajas calorías hacia la barra de bar más atestada de mujeres. El alcohol, la droga y el sexo de madrugada se confundían entre la mesa de billar desnuda, desvencijada, y las infusiones de hierbas en el piso de abajo. A partir de nuestra edad casi todo el mundo acababa la noche en este garito. Para cuando llegara ese momento ya iríamos muy pasados. Nos traería sin cuidado nuestro futuro; el pasado, tampoco importaría demasiado.
Al final de la cuesta, en el cruce de calles y bares, las dos chicas de la semana anterior jugueteaban, exitaban, provocaban, inhibían, desmoralizaban a un grupo de universitarios. Sabía su procedencia por sus ropas. Pero eso no importaba. Había bajado esa puñetera cuesta con un presente desolador, abandonando a mis amigos y a la chica que me gustaba (a la cual no iba a volver a ver en dos meses) y tratando de evitar la visión de aquellas calientapollas degollando a los peripuestos univesitarios.
El panorama no había cambiado mucho a mi regreso. Sentado en la puerta del "Troppo", Felipe rebosaba calmada ebriedad. No evitó la sonrisa ni la réplica a mis pensamientos.
- ¿Qué tal, monstruo, perdido en el paraíso?
- Tratando de mediar entre mis dos personalidades.
- ¿Quién gana hasta ahora?
La voz de Felipe tenía un engañoso aire de preocupación.- El fracaso conserva su ventaja.
- Es una lástima. Hay dos "yogurinas" interesantes ahí dentro.
Bebió un largo trago de bourbon y al fin lo soltó.
- ¿Se puede saber qué coño has estado haciendo?
Lo de coño me sonó a mosqueo. Me tenía que contener, pero no podía.
- Peleándome con un moco, dije desviando la mirada ante el culo de una morena que bajaba la cuesta.
- Esta noche estás repleto de entrañables batallas. La vida está hasta los topes de luchas sustanciosas A todas horas y en todos los lugares, incluso en los menos previstos. Nos acorralan contra sus paredes pintadas de contradicción...
- No te pongas cargante. Estás borracho, le corté. ¿Te has fumado algo?
- Te esperaba a ti, dijo sonriendo maliciosamente.
- Sabes que no tengo, espeté algo irritado. Desde que llegué no he pillado absolutamente nada. Además, esas maneras de evadirme las dejo para los momentos íntimos.
- Eres un romántico.
- Oye, porqué no entramos y hacemos menos privadas nuestras chorradas, por ejemplo con esas dos niñas de edad infinita y cuerpo impredecible.
- Ahora no te me pongas poeta sino quieres que la cagemos, ¿vale niño?
Entrar con Felipe en cualquier pub equivale a asegurarte un montón de miradas femeninas. Las felinas y las florecillas se detienen para observar su espigada silueta, el pelo lacio y negro, sus facciones. No entiendo cómo les puede gustar, pero el caso es que desde siempre ha arrasado entre el bando del planeta Venus. En los momentos en los que dura el repaso visual no puedo dejar de sentirme imprescindible. Soy su contrapunto. No ya longitudinalmente -nuestra diferencia de estatura alcanza la veintena de centímetros-, sino vitalmente, aunque en algunos puntos oscuros de nuestros interiores coincidimos, nos ensablamos con perfecta facilidad. Con todo, somos bastante diferentes.
Ese abismo de incompatibilidades nos hace imprescindibles mutuamente. Existe con Felipe la misma base que me hace amar a mis más cojonudos amigos. Amor. Sí, amor. Amor sin sexo ni consenso; amor del que no se vende en bares de madrugada; amor de complicidad y confianza; amor sin sábanas, amor con nostalgia. A veces pienso que es una aforunada broma de algún ángel de nobles instintos que, en el concurso celestial de elegir protegidos terrenales, nos escogió a nosotros.
Otro día, el resto.
2 Comments:
Os conocí bastantes años después pero, leyendo, os he vuelto a ver, a Felipe y a ti, entrando en el Troppo (o en el Dublín).
(Uhmm… no sé a quien mirábamos más, al alto, morenazo con cara de niño o al amigo misterioso y atractivo.)
Y patas cortas. ¿Misterioso? Jejejeje
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