Necesitamos referentes, aunque simplemente sean referencias, y no entendamos la transcendencia de su influencia. O no nos preocupemos en comprenderlas.Pero sabemos que están ahí y que en un momento dado nos va a llegar el magnetismo de su obra, de su vida, de su experiencia.
La muerte de Kapuscinski despierta esta entrada, aunque no haya leído nunca de forma completa la obra del periodista/viajero polaco (que me perdone mi compañero José Luis). Pero es una referencia, y al igual que ocurrió cuando le concedieron el Príncipe de Asturias, ahora con su despedida nos alcanza su impronta gracias a los medios de comunicación tradicionales y a los inmersos en el universo de las TCI.
Algo parecido me ocurrió con James Joyce y su Ulises, libro también incompleto en mi muestrario de lecturas, pero que mantiene una aureola sobre mi recorrido cultural, en el que también están Eisestein y su Acorazado Potemkin (que nunca he visto) y la Velvet Underground (que jamás he escuchado).
Realmente desconozco porqué ocurre esto, pero tampoco me detengo a analizarlo. Están ahí, en el inventario cultural, pero no preciso profundizar en ellos, quizá porque sus referencias llegan por otros métodos.
Me estoy haciendo una persona responsable. Me afeito todos los días. Oreo las sábanas como mínimo media hora antes de hacer la cama. Como fruta, hidratos y lácteos en el desayuno. No fumo hasta una hora y media después de haberme levantado. Limpio mis zapatos con esmero antes de salir de casa. Saludo educadamente al jardinero y al vecino. Uso la agenda que me regalaron y espero pacientemente en las colas.
Solo al llegar al trabajo y contemplar mis "pintas", recuerdo que tengo 40 años y que visto como un adolescente.
Me pisa los talones cierta pereza, una indolencia espiritual que se enfrenta a mis bulliciosas neuronas.
Me asalta la holgazanería producto de un salmón derrotado y un yogur pasado de días, alimentos que no tiro y que maltratan a mi estómago y me hacen pasarme las noches sentado en el baño mirándome las zapatillas y contribuyendo a la desforestación del Amazonas.
Me ataca la apatía tras una discusión y se me nubla el oremus en los amaneceres de este año.
Me levanto con una hipoteca absorbente y peligrosa, y con la sensación de que una casa frente al mar es una metáfora.
Me conjuro contra mi hipocondria al aparecer un bulto sospechoso en mi cuerpo y aun así me quedo lívido si lo miro.
Me parece que como siga escribiendo, pareceré una copia mala de Sabina.
Mientras llegan las musas, esto va para los cinco (Re, Daze, Nando, Mario y Slide), para los chefs de Berruguete, los que se tienen y que viven.
Que me disculpen Malati y Re pero, aunque Ismael Serrano no me mata, lo he escogido por la canción y porque es la única posibilidad de escuchar en youtube a uno de mis cantautores favoritos: Javier Bergia.
Con la mirada puesta en aquello que está por llegar seguramente me he estado perdiendo lo que ya ha venido. Así que he dejado de proyectarme y me recreo en los momentos presentes; a modo de los clásicos empiezo a abusar del carpe diem, mientras preparo un doctorado y me cuestiono si las clases de Periodismo que imparto son realmente útiles o forman parte de los peajes que los alumnos han de abonar para conseguir sus objetivos.