viernes, marzo 30, 2007

Me pediste una historia, ¿no? (II)

El local, pese a la hora, se encontraba desoladamente asexual. Tan solo las dos chicas reclutadas por Felipe y la camarera pelirroja estaban libres para nuestros instintos y nuestras incertidumbres. Desde la puerta parecía una invitación para intentarlo en otra parte.

Entramos en el antro con una mal disimulada forma de llevar la borrachera. A lo largo de la noche lo intentaríamos menos, pero a las tres de la madrugada uno trataba de mantener la verticalidad lo más orgullosamente posible. Había parejas: ellas con ellos; ellos con ellos. Todos sudando. Incluso los camareros, que ya tendrían que estar acostumbrados. Era infernal y no estaba dispuesto a soportarlo sin algo fresco. La camarera pelirroja -la única que había, con esta u otra tonalidad- se acercó desde la otra punta de la pequeña barra y se colocó frente a mí. Se apartó los flequillos deslustradamente rojos. Se ajustó la camiseta. Mirando el vaso de plástico, casi vacío, me sonrió. La sonrisa me despistó.

- ¿Otro? -dijo modulando el pronombre con voz fina y ágil acompañada de una sonrisa que esperaba mi aprobación.
- Sí, por favor. Pacharán con hielo.

Miré a Felipe. Enfrascado como estaba con las dos jovencitas no se percató de quién me atendía. Le gsutaba la camarera del "Troppo". Me lo había dicho el año anterior, pero es de amores platónicos eternos. Tal vez se encabronaría si intentaba hcerme el interesante con ella. La perspectiva no me ilusionaba: mi última noche en Alicante no era cuestión de joderla. Además, mi posible intentona tenía todas las papeletas de diluirse con el hielo del pacharán.

- ¿Tú también vas a intentarlo con las colegialas?

Volví la mitad del cuerpo, gire la cabeza hacia ella y disimulé no haberla oído.

- ¿Te importa quitarle un par de cubitos?

Observó con dureza al grupo de Felipe. Luego me miró, como con pena. El pecho se le hinchó ligeramente.

- Ciento cincuenta -respondió con orgullo y firmeza.
- Al menos no me pegas la clavada -alcancé a decir mientras me llevaba la mano a bolsillo trasero del pantalón.
- No, no voy a intentarlo.

Un respiro, apenas imperceptible, se le escapó al recoger las monedas. No creo que fuera un suspiro. Hacía tiempo que los suspiros se habían alejado definitivamente de mis encantos, que no eran muchos por esa época.

- Perdona -dijo y, sin detenerse, es que me sacan de quicio esas escenas. A su edad yo tenía que buscarme la vida y siempre tenía que robarle un beso al gilipollas que iba...
- ... que iba de duro en la clase y en tu vida. Parece una escena de "West Side Story".
- Siempre que te emborrachas eres tan patético o solo cuando te la meneas aburrido los viernes por la noche al llegar a casa.

"Importa más el fin de algo que su principio". Eclesiastés y Jaime venían desde "El Dorado" para socorrerme. En esos momentos no necesitaba al séptimo de literatura. Yo sólo me las arreglaría. Lo tenía merecido.

- No soy el duro del barrio y nunca he visto acabar "West Side Story", tampoco "Lo que el viento se llevó", llego tan mamado que ni se me levanta y lo siento.

Enseguida se cobró la disculpa. La sonrisa volvió a sus labios.

- ¿Te importa quitarle ese par de hielos? -dije con una sonrisa de perdedor convencido.

Cogió el vaso que le acercaba, lo desnudó de cubitos y me lo devolvió.

- No juego a ser Natalie Wood. Me llamo Estíbaliz.
- Conocí a una Estíbaliz el invierno pasado y le dije que tenía un precioso nombre y los ojos más bonitos de San Sebastián. Ella creía que me la quería ligar, cuando lo único que hice fue mostrarle mi agradecimiento por ser la primera chica que me dirigía la palabra en aquel maldito bar donde acábabamos las últimas copas de la noche del viernes. ¿O era sábado? -Contuve un erupto-. Sois imprevisibles las Estíbaliz.

Estíbaliz, la que no jugaba a ser heroína de película, se rió con inusitada despreocupación. Bebí el primer sorbo del nuevo pacharán.

- El pacharán con hielo no es nada interesante -me espetó con una mueca desinteresada.
- Una mujer, al cabo de un tiempo, te acaba creando costumbres -contraataqué.
- Como la del pacharán, ¿no? Los hombres también nos hacéis costumbristas.
- Porque nos encanta obligaros a que cambiéis de pareja.
- Orgulloso, presumido, pero sin puta idea de nada.
- Es mejor intuirla. Es más placentera la realidad desde la imaginación.

A mi lado, desde hacía rato, se encontraba uno de esos rockers con pañuelo al cuello y tupé aplastado por el calor y la noche. Estíbaliz lo miró inquisitivamente. Pese a mis tonterías, se estaba divirtiendo. El muchacho, desbordado por la mirada, le pidió nerviosamente una cerveza. Ella se alejó hasta el frigorífico de las cervezas y le enseñó una Calsberg. El rockero le recalcó por dos veces que quería una Mahou. Estíbaliz, sin inmutarse, introdujo su mano izquierda en la nevera sacando al instante una Mahou. Se acercó hasta nosotros. Los dos estábamos mirando toda la operación.

- Doscientos cincuenta -dijo impaciente y me miró.

Me parecía una barbaridad, pero el joven rebelde pagó sin rechistar. Al alejarse parecía bastante cabreado. No era para menos. Pero no dijo nada. A lo mejor, yo también hubiera reaccionado igual.

- Estos jodidos sabelotodos. Siempre con su aire de suficiencia y luego son como tú y yo.
- ¿Y qué somos tú y yo?
- Resulta gracioso, pero yo antes era así, desvergonzada e ingenua. Creía haber perdido la virginidad a manos de la noche, de las putadas que me han hecho y de los palos de la vida. Inocente e ingenua. Sigo igual.
- Yo también sigo igual. Pero no entiendo lo de la virginidad.

Echó la cabeza hacia atrás y una risa musical y auténtica se coló entre las botellas de la estantería.

- Sueño -dijo-, anhelo, imagino, deseo, lucho, intento y la vida me defrauda y al mismo tiempo me sorprende. A veces pienso que al carajo con todo, que no quiero estancarme en mí misma, que ya está bien de que me engañe a mí misma, que ya es hora de hacer lo que debo hacer. Pero siempre caigo y siempre hay alguien que me ayuda a caer.

Mientras hablaba el pelo se mantenía quieto. Rara vez se le rebelaba. Lo mantenía asustado con una de sus manos. La otra, de vez en cuando, le ayudaba a explicarse.

- Vete a las misiones -concluí.
- Te hablo en serio.
- Ya lo sé. Lo que sientes es algo común. Seguramente lo endosan a todo recién nacido a través de los forceps del ginécologo.
- ¿A las sietemesinas también? -preguntó sonriente.
- Y si tienes dos vueltas de cordón umbilical, en mayores dosis.
- Es terrible, ¿no?
- ¡Bah, eso sólo dura los primeros veinticinco años.

Nos reímos. Había complicidad en esa parte de la barra.

Sara me escucha, como siempre, mirándome. Como siempre, le cuento la historia observando la penumbra, recreándome con mi voz, sonriéndole al techo, sonriéndole a ella, sonriéndome a mí, rozándole con las yemas de los dedos la frente o la mejilla o el cabello. Ella juega con los pocos pelos de mi pecho y, a veces, cuando callo, un dedo sin trabajo recorre mi oreja. La casa está vacía, como casi todas las navidades. No hay comida en la nevera y la ropa está desparramada por el suelo. Un escena habitual.

Me detengo. Le ofrezco un beso y un te quiero. Me devuelve lo primero con un yo también te quiero y lo segundo con un breve y cálido beso. Durante unos cuantos minutos permanecemos callados. Nos abrigan el alcohol y las mantas.

¿En qué piensas?, pregunta Sara quebrando el silencio.

Sabes que me cuesta encontrar la inspiración, contesto quedamente.

Ni las estrellas, ni el mar. Creo que ni yo te inspiro, espeta.

Todas las mujeres me estimuláis a escribir.

¿Sólo a escribir?

Sin pronunciar palabra la miro. Ella levanta la cabeza, se desenreda el pelo tranquilamente. Espera una contestación, con sílabas o con saliva. Entorno los ojos. Me lanza una nueva cuestión.

¿Es verdad todo lo que me has contado?

Me pediste una historia, ¿recuerdas?

Tarda un rato en reaccionar. Entretanto me mira a los ojos. Tiene el codo apoyado en la almohada. De pronto sonríe espasmódicamente y me asalta. Me regala otro beso, más largo y suave, y regresa a mis escasas posesiones pectorales y al latido de mi corazón. Empieza a amanecer. Se escuchan risas en el piso de arriba. El alcohol transgriede los acuerdos adormeciendo los músculos. El sueño se pasea en pijama por la habitación. La ventana está entreabierta. Amanece. Sara duerme. Todas las mujeres de mis cuentos duermen.

jueves, marzo 29, 2007

Me pediste una historia, ¿no? (I)

Apestaba a alcohol pero aun así trataba de sonreir con indiferente insinuación. Ultimamente los descreídos ligan más, pensaba para mí. Seguía pidiendo pacharanes con hielo sin importarme, tan siquiera lo más mínimo, que mi sonrisa reflejara todo lo contrario. Era una sensación extrañísima.

La chica del cabello desteñido miraba constantemente por el rabillo del ojo izquierdo. A medida que crecía mi indiferencia y la borrachera superaba límites insospechables para la hora, su mirada era cada vez más descarada. De vez en cuando, la rodilla que tenía próxima a la barra se movía y podía entrever, fuzgamente, sus blancos muslos. Estaban algo sucios. Yo pensaba que además eran desteñidos.


Traté de imaginarme alguna otra cosa. Aquello podía resultar repugnante si no dejaba de intentar comprobar si aquella muchacha en la barra de "El coscorrón" tenía los muslos sucios o yo se los veía así. Ninguna imagen venía a salvarme. Aquello también me asqueaba. Desde el otro lado de la barra, Antonio atendía y engañaba, con la sonrisa de avaro pirata camuflada entre su poblada barba, a todo jovenzuelo confundido, pureta pasando revista a su cercana juventud o macarra de rizadas greñas, igual que lo hacía con el resto del universo que poblábamos la noche alicantina.

Entre cerveza y cerveza se volvía hacia mí creyendo que mi copa estaba vacía. De alguna manera me obligaba a beber con más pausa y algo más de placer. Aunque esto último era lo que yo quería pensar, dado mi estado etílico. Por otra parte, la cantidad de alcohol en mi cuerpo estaba despendolado, como la mirada de la chica desteñida. Terminé aquella copa y me marché sin despedirme.

La cuesta donde estaban "El Brujo" y "Yerbeta" tenía la circulación humana de la que carecía horas antes, cuando viajé en dirección contraria, rumbo al histórico "Coscorrón". Los apasionados niñatos rockers, y los niñatos que no lo eran, suspiraban de amor a ritmo sureño mirando evocadoramente al ventilador del techo de "El Brujo". Cuando pasé por la puerta no pude reprimir una fastidiosa sensación de superioridad. Estaba algo borracho, no me había duchado en dos días, los pantalones que llevaba eran de un color distinto según mirases de un lado o de otro, iba sin afeitar y me había cortado el pelo aquella misma tarde. Pero me sentía superior. A mis veintiún años observaba a aquellos pueriles quinceañeros como excitante experiencia ya pasada.


Los clientes de "Yerbeta" eran como mi otro yo, una proyección de futuro. La necesidad de otras personas se limitaba a ciertos aspectos o situaciones de la vida. La soledad perfilaba frecuentemente sus rostros, caras de ansiedad o desamor, cuerpos que escondían innumerables pasiones instintivas, zapatos que arrastraban incertidumbres de bajas calorías hacia la barra de bar más atestada de mujeres. El alcohol, la droga y el sexo de madrugada se confundían entre la mesa de billar desnuda, desvencijada, y las infusiones de hierbas en el piso de abajo. A partir de nuestra edad casi todo el mundo acababa la noche en este garito. Para cuando llegara ese momento ya iríamos muy pasados. Nos traería sin cuidado nuestro futuro; el pasado, tampoco importaría demasiado.

Al final de la cuesta, en el cruce de calles y bares, las dos chicas de la semana anterior jugueteaban, exitaban, provocaban, inhibían, desmoralizaban a un grupo de universitarios. Sabía su procedencia por sus ropas. Pero eso no importaba. Había bajado esa puñetera cuesta con un presente desolador, abandonando a mis amigos y a la chica que me gustaba (a la cual no iba a volver a ver en dos meses) y tratando de evitar la visión de aquellas calientapollas degollando a los peripuestos univesitarios.

El panorama no había cambiado mucho a mi regreso. Sentado en la puerta del "Troppo", Felipe rebosaba calmada ebriedad. No evitó la sonrisa ni la réplica a mis pensamientos.

- ¿Qué tal, monstruo, perdido en el paraíso?
- Tratando de mediar entre mis dos personalidades.
- ¿Quién gana hasta ahora?
La voz de Felipe tenía un engañoso aire de preocupación.- El fracaso conserva su ventaja.
- Es una lástima. Hay dos "yogurinas" interesantes ahí dentro.
Bebió un largo trago de bourbon y al fin lo soltó.
- ¿Se puede saber qué coño has estado haciendo?
Lo de coño me sonó a mosqueo. Me tenía que contener, pero no podía.
- Peleándome con un moco, dije desviando la mirada ante el culo de una morena que bajaba la cuesta.
- Esta noche estás repleto de entrañables batallas. La vida está hasta los topes de luchas sustanciosas A todas horas y en todos los lugares, incluso en los menos previstos. Nos acorralan contra sus paredes pintadas de contradicción...
- No te pongas cargante. Estás borracho, le corté. ¿Te has fumado algo?
- Te esperaba a ti, dijo sonriendo maliciosamente.
- Sabes que no tengo, espeté algo irritado. Desde que llegué no he pillado absolutamente nada. Además, esas maneras de evadirme las dejo para los momentos íntimos.
- Eres un romántico.
- Oye, porqué no entramos y hacemos menos privadas nuestras chorradas, por ejemplo con esas dos niñas de edad infinita y cuerpo impredecible.
- Ahora no te me pongas poeta sino quieres que la cagemos, ¿vale niño?

Entrar con Felipe en cualquier pub equivale a asegurarte un montón de miradas femeninas. Las felinas y las florecillas se detienen para observar su espigada silueta, el pelo lacio y negro, sus facciones. No entiendo cómo les puede gustar, pero el caso es que desde siempre ha arrasado entre el bando del planeta Venus. En los momentos en los que dura el repaso visual no puedo dejar de sentirme imprescindible. Soy su contrapunto. No ya longitudinalmente -nuestra diferencia de estatura alcanza la veintena de centímetros-, sino vitalmente, aunque en algunos puntos oscuros de nuestros interiores coincidimos, nos ensablamos con perfecta facilidad. Con todo, somos bastante diferentes.

Ese abismo de incompatibilidades nos hace imprescindibles mutuamente. Existe con Felipe la misma base que me hace amar a mis más cojonudos amigos. Amor. Sí, amor. Amor sin sexo ni consenso; amor del que no se vende en bares de madrugada; amor de complicidad y confianza; amor sin sábanas, amor con nostalgia. A veces pienso que es una aforunada broma de algún ángel de nobles instintos que, en el concurso celestial de elegir protegidos terrenales, nos escogió a nosotros.


Otro día, el resto.

miércoles, marzo 28, 2007

Los recuerdos como motivación

Decepcionante, indescifrable. También maravillosa. Me refiero a la mente humana, esas neuronas (espero que nadie caiga en el chiste fácil de que en nuestro caso sólo es una y está en la entrepierna, que sería motivo de otro post) que no dejan de sorprenderme. Más allá de que en estos días un par de científicos, entre ellos uno español (¡sííí, también investigamos los españolitos!) hayan demostrado que los sentimientos condicionan los juicios morales, creo en los descubrimientos personales, la mayoría de las veces producto de la fórmula clásica acción-reacción.

Esta mañana, al bajar del tren y subir las escaleras de salida de la estación de Renfe en Elche, ha acontecido una de esas extraordinarias coincidencias. Subían junto a mí el resto de pasajeros y me he percatado que muchos de ellos atacaban los escalones, literalmente. Es decir, cada pisada sonaba, más bien retumbaba en cada uno de los peldaños. Y me ha acordado de mi padre, del aita, como le llamaban mis hermanos pequeños (Eugenio y yo estábamos lo suficientemente enfrascados en vivir nuestra existencia sin él, que no caíamos en ese guiño euskaldun que tanto hubiera agradecido el hombre).

Mi padre, Miguel Angel, era hombre de pocas palabras y menos consejos. Pero el detalle de esta mañana me ha devuelto las recomendaciones, que en esa época yo entendía menores, y que, sin embargo, siempre he puesto en práctica.

Curiosamente, a diferencia del tono de otras conversaciones que mantuvimos mientras vivía, siempre secas, agrias, duras, en los momentos que sacaba su particular libro de protocolo (¡Dios sabe dónde carajo lo aprehendió!), se mostraba dulcemente educador, sin imposiciones ni cabreos.

Las escaleras hay que subirlas con delicadeza, sin pegar pisotones, apoyando únicamente la punta del zapato. Los libros son cultura, sea cual sea el tema que aborden, por lo que se deben cuidar. Por tanto, al pasar sus páginas no hay que chuparse las yemas, por que se las maltrata, más bien utilizar el filo de superior de la hoja y pasarla con un movimiento tranquilo, nada violento, empleando los dedos con delicadeza. A las mujeres, los niños y las personas mayores hay que dejarles el sitio de la acera más resguardado de la carretera, ya sea cuando los acompañes o cuando te cruces con ellos. No tengas reparos en comerte con las manos la carne que lleve hueso, no es ninguna falta de educación hacerlo y puedes quedar algo cursi (aquí, imagino, le salía la vena navarra).

Podría seguir, porque fueron muchas las revelaciones que conformaron mi educación y que se echa tanto en falta en estos tiempos. Me alegro de que mi aita me hiciera aquellas aportaciones. Por que hoy me han hecho transitar por la calle sonriente, relajado, con ánimo renovado para empezar la jornada. Sólo he echado en falta que no hubiéramos seguido hablando los dos en euskera durante los años que compartimos.

martes, marzo 27, 2007

Hallazgos

Quedo con Ramón antes de que empiece la rueda de prensa. Hace casi siete años que no nos vemos. Antes de llegar lo distingo a lo lejos, entre el corro de fotógrafos y cámaras que esperan entrar. Al parecer, él también a mí. Suena el móvil. "Te he reconocido por los andares", dice mientras viene imitándome, con el tronco recto y las piernas cada una para un lado.

Me da la sensación, cuando lo veo, que no exagera. Parece como si en un momento de mi vida me hubieran insertado las piernas equivocadas, las que no correspondían con el resto de mi cuerpo y que además hubiera alguien que desde arriba mueve los hilos y me hace andar como si llevara una gran almorrana.

En ocasiones, uno no es consciente de sus defectos físicos (tampoco de los psíquicos ni los morales) y cuando se los recuerdan no puede evitar una cierta sensación de enojo. Más que nada por que esos no se aprecian delante del espejo por las mañanas. Al mostrártelos es como si te recordaran los visibles. Y para eso se sirve uno mismo.

Convivo con una napia que me anuncia antes de llegar, mi craneo es una mezcla del de Zidenide Zidane y Richard Gere (la tonsura y las entradas ya no se camuflan entre las canas) y los dedos como chistorras han conseguido que ya haya cambiado un par de veces el teclado del ordenador.

Pero no pasa nada. Al menos, a mí. Te acostumbras a tu físico de forma cariñosa, casi condescendiente. "Joder, si además de esto tuviera los ojos uno mirando a Rota y el otro a Grecia", te consuelas.

Lo sospechoso es cuando entra en escena tu amatxo. Parece que ha perdido su proverbial y siempre reconfortante amor de madre. "Mira, hijo, te he comprado estas pastillas, esta loción capilar y este gel fortificante para tu pelo". ¡Carajo, pero no era para ella un feo con atractivo. A qué viene esto ahora! Pensándolo bien, sí que es amor de madre.

Por si acaso, estoy practicando en los pasillos de la facultad, cuando nadie me ve, a andar como las muñecas de Famosa. Aunque ahora que escribo estas líneas, creo que lo mejor será que me compre un bisoñé y un Kimono e imparta las clases como una Geisha.

jueves, marzo 22, 2007

Todo esto de madrugá

Tiene su aquél esto de escribir. Me desnudo ante ti, improvisado lector, visitante ávido de descubrimientos. ¿Me guardo de contar o me lanzo? ¿Qué esperas?

Hace unas semanas Javier Marías se aprovechaba de estas dudas para asaltar su columna semanal. El muy ladino. Recurso fácil, de oficio viejo en esto de las letras.

Hoy me topo en el viaje virtual con el voluble cuore de Re, pérfida con las palabras, que las maltrata consciente y delicadamente para desdicha de los adocenados paladares. ¿Qué hago, si con la puñetera desfila la prosa poética de los malditos?

Desde Sevilla no se puede hablar de la crisis de los 40. Si es que no lo estoy. Por mucho que me lleven a comprobarlo en el teatro, viendo a Toni Cantó en Baraka, o me conduzca Michel Houellebecq con "Las partículas elementales". A lo mejor, como he estado gris durante unos cuantos años atrás, ahora ya no me pilla desprevenido. En todo caso, si tuviera que inspirarme en un momento de "chungokubatabikey" me quedo con José Sacristan y Antonio Resines en Dos mejor que uno.

Dejo en búsqueda de ron y andaluzas (¡Ole las mujeres bonitas!, que decía mi compadre Julián Rubio) a Emilio y Jorge y me vengo al hotel. Tengo que hacer algo con la ponencia de mañana, porque como lea parte de las 13 páginas que he escrito... Si es que con un título de esta calaña: "Aproximación a la gestión comunicativa de los clubes de fútbol profesionales en España" yo también me iría del salón de actos. Soy el rey del powerpoint. Y si no, siempre puedo hacer caso Luis Ciges y empezar así como: "Vengo a hablar de Dostoievski" (ayy, Bailarina).

Pero como lo del congreso ha sido un buen argumento para avanzar en mi tesis, aprovecho y hago vida social. "Cabrón, qué ganas tengo de tenerte delante. Pero no me vengas con el peluquín, eh. Mañana, comemos", aulla Quiliano por el móvil. "Mamón, por qué no has llamado antes y te hubiera preparado una rutita... Mañana, comemos", advierte Moncho desde la redacción. "Quillo, déjate mañana el lío ese en la universidad y te llevo a comer a un sitio que vas a ver", insiste Marcos.

Y a las 16.30 me presenta la moderadora de mi ponencia. ¡Olé la tortillita de camarones y el cazón en adobo!

miércoles, marzo 14, 2007

Vicisitudes o la vida

Al niño, con seis años, le entró un ataque de dignidad, algo que le ha acompañado desde siempre y que le ha procurado más de un disgusto, y decidió que lo mejor era irse andando. Había perdido el dinero para el billete de vuelta en el autobús a Elche, donde vivía por aquella época. Comedido, orgulloso, osado pensó que antes que pedir el dinero a algún compañero, lo más fácil era empezar a caminar desde el centro de Alicante, con la mochila del cole y el balón de fútbol. Por San Gabriel, junto a las vías del tren, se le apareció un ángel en forma de familiar de su madre que lo subió al coche, sorprendido, alucinado.

Al muchacho, diez veranos y los primeros pájaros en la cabeza, le dio por ser músico. Con los dedos como chistorras y un madero por oído, lo mejor era tocar la batería. Las 5.000 pesetas de las clases particulares de matemáticas que su madre le entregó a principios de mes (ya se intuía que lo suyo eran las letras) se transformaron en cuatro tambores y unos platillos, que además tenía que aguantar un amigo ya que por ese precio no incluía el pie que los sostenía. De aquella experiencia quedó el recuerdo de una bronca tremenda y el nombre del grupo que no triunfó: MENHIR

Al adolescente, 17 inviernos, cara de lápiz, estética hippie, su inconsciencia le llevaba a cogerle el coche a su madre para irse a los pubs de la playa de San Juan de marcha con sus amigos.

Al joven, universitario, de nuevo orgulloso y digno, enfrentado a su padre, las exigencias económicas de estudiar a muchos kilómetros de su casa y las constantes juergas pamplonicas le obligaron a hacer de ama de casa en el piso de estudiantes a cambio del alquiler. Las ventajas, ingresos seguros y sin muchas complicaciones; los inconvenientes, que sus compañeros de vivienda le tocaran el culo mientras limpiaba los platos.

Al proyecto de madurez, con demonios interiores, confusión vital y un presente condicionado por su pasado, las noches se le hacían eternas en el sofá mientras en la cama dormía una mujer deseable, enamorada, paciente, expectante. Cuando volvió al tálamo, la muchacha ya no estaba.

Olabe, te mando una meme, una especie de recadito-putada en la que se te invita a contar 5 vicisitudes tuyas de cualquier aspecto, no dadas a conocer anteriormente mediante el blog y luego pasar el marrón a otros cinco colegas. Lo siento, esto de los bloggeros es asin.

Como dice Nacho, os paso el recadito. Johnny, Daze, Nando, Samu, Malati, os toca. Bueno, y quien quiera.

miércoles, marzo 07, 2007

Hoy es un día inolvidable

Y yo no soy George Clooney, ni por la puerta del despacho entra Michelle Pfeiffer.

Bueno, como hoy las cosas no pueden salir peor con lo del curso y estoy decidiéndome si contamino los pulmones más compulsivamente de lo que lo hago (he subido la media a 2 paquetes) o pongo pantys y me voy a la carretera de Valencia, escribiré este test que me ha enviado mi amiga Raquel (no me hago responsable de las respuestas). Por cierto, el que quiera, también contestarlo.

1. Nombre Completo: Fernando Olabe Sánchez de Rebullida y López de Cienfuegos

2. Por quién te dieron ese nombre? Provengo de la más rancia nobleza de los pastores de ovejas y vacas del País Brusco y mis antepasados quemaban en hogueras a cualquiera que armara bulla

3. Le pides deseos a las estrellas? Algo de pelo, medir 1,85 y una nariz como la de George Clooney

4. Cuándo fue la última vez que lloraste? Esta mañana al tropezar con mi barriga y caerme de espaldas encima del bote de champú

5. Te gusta tu letra? Se me ha hecho de médico de urgencias de tanta tecla aporreada

7. Cuántos hijos tienes? Iba a hacerme la vasectomía, pero la Marihuana me ha dejado esteril, aunque ese truco no funciona por las noches en los bares de copas (más bien no funciona ninguno)

8. Si fueras otra persona, serías tu amigo? Si me invita a copas...

9. ¿Tienes un diario de vida? Vivo a diario pensando sobre qué puedo escribir

10. Eres sarcástico? Cuando me deja mi amigo el de las copas

11. Saltarías en bungee? mejor en mi cama que en la suya

12. Cuál es tu cereal preferido? La cebada de los Califas y Omeyas de Granada

13. Te desabrochas los zapatos antes de sacártelos? Me los saco y luego los desabrocho

14. Crees que eres fuerte? El gimnasio nunca ha sido lo mío

15. Tu helado favorito? ¿No puede ser mejor arroz con costra?

16. Cuánto calzas?
¿medida americana, europea o internacional?

17. Rojo o Rosado? Verde

18. Qué es lo que menos te gusta de ti? Por qué siempre pico con estos tests

19. A quién extrañas mucho? A mi amigo el de las copas

20. Te gustaría que todos a quienes les enviaste este mail te lo respondan? Prefiero que no, y así no vuelvo a picarme en responderles

21. Qué color de pantalones y zapatos tienes puestos? Cuando empezé el test pantalón verde y zapatos lilas. Ahora me están poniendo una bata blanca muy rara que se abrocha por detrás.

22. Lo último que comiste hoy? El filtro de un cigarrillo

23. Qué estás escuchando en este momento? Las teclas aporredas

24. La última persona con la que hablaste por teléfono? Mi amigo el de las copas que dice que me vaya por ahí

25. Trago favorito? Como ya no me invitan a copas, me bebo el zumo de naranja directamente del tetra brik

26. Deporte favorito para ver por TV? En esa coincido con mi amiga, las pelis porno, aunque emular a los profesionales es complicado

27. Comida favorita? ¿Arroz con costra se acepta también como helado?

28. Película de terror o final feliz? Los finales felices son un horror

29. Cuál es la última película que has visto en el cine y con quién? Una peli porno con final feliz

30. Día Favorito del año? Ayer

31. Invierno o verano? ¿Existe invierno y verano?

32. Besos o abrazos? Y caricias y arrumacos y carantoñas

33. Postre preferido? ¿Sigue valiendo arroz con costra?

34. Quién crees que te responderá? Toc, toc, ¿hay alguien ahí?

35. El que menos crees que lo hará? Desde luego Marty Mcfly, no

36. Qué hay en la pared? Un poster de Pamela Anderson para practicar algún deporte individual

37.¿Qué viste anoche en la tele? El reflejo de un tipo comiéndose un sandwich de jamón york y queso

38. Rolling Stones o Beatles? Ringo Starr y Charlie Watts, por feo y simpático y por el jazz

39. Dónde es lo más lejos que has estado de tu casa? Pidiéndole deseos a las estrellas

jueves, marzo 01, 2007

Paradojas

Estoy en esos días. Más bien, en esa época del año en la que todo lo que no sea el curso de Periodismo Deportivo desaparece. Voy por el mundo, por la vida, por mi trabajo por inercia. El esfuerzo de organizar un actividad como esta me consume.

Desde hace un par de semanas, el estanquero se frota las manos cada vez que me ve entrar; los pantalones me quedan como a los toreros el traje de luces; cuando me cruzo con los vecinos, me preguntan: "¿Cuándo has vuelto"?; mi madre me ha enviado una foto suya y el catálogo de Tattoo Shop, con el modelo "Amor de hijo" señalado en rojo con rotulador Carioca; me convierto en un especialista nocturno del sandwich con jamón york y queso, y de queso con jamón york; acuesto a los borrachos y despierto al gallo.

Y como cada año me conjuro contra mí mismo y me digo que este es el último, que ya no lo organizo más, que ya está bien de pasarlo mal cuando se me echa atrás un ponente que me dijo sí hace un mes y ahora, después de una polémica con un programa de televisión loco en la colina, argumenta que está muy liado. Me propongo no desvelarme entre borrachos y gallos porque los patrocinadores no llegan. "Total, si los alumnos no van a valorar todo este esfuerzo. A ellos les importa un carajo".

Pero vuelvo a caer. Y otro año más, lo organizo. Y otro año más me sorprendo con las reacciones que tengo a tanta intensidad. En esta ocasión me ha dado por sonreir en la calle. Cuando veo a los niños de tres años con sus babys jugar en el patio de un colegio; cuando me acuerdo de la pareja de ciegos declarándose con las manos y las caricias en un metro de Londres; cuando no me incomodan los pisotones de las amas de casa con sus carritos en los autobuses urbanos; cuando se me aparece el personaje de unos de mis relatos de juventud diciendo que la imagen más entrañable es la de ver las piernas de una mujer alejarse de tu cama con tu camisa puesta y que esas piernas sean las mismas toda la vida.

Paradójicamente, esos instantes me relajan. Luego, llego al despacho.