martes, octubre 31, 2006

De cómic y de carne hueso


Rasmuk y El Gremmlin parecen dos personajes de tebeo, dos héroes anónimos marcados por las diferencias físicas y las compatibilidades emocionales, y en demasiados momentos no se sabe quién es quién de tanto que han compartido. Uno es grande, alto, recio y con un sentido del humor cargado de ironía, una pizca de mala leche, y mucha complicidad. El otro apenas ocupa un suspiro, pero su risa y sus silencios observadores llenan bastante espacio.

A ambos les une algo más que la amistad, eso que al pequeñajo, cuando está medio bufa, se le ocurre recordar: "Lo nuestro es amor, Rasmuk, sin sexo ni sábanas, pero amor". En esos instantes, una mirada revestida de desconcierto y comprensión ante la salida extemporánea del enano se centra en la pequeña figura. "Como dice un amigo mío, no bebas más, patas cortas", le suelta el grandullón mientras se ríe para disimular su aceptación de ese pensamiento tan intenso.

Como otros personajes de cómic, Rasmuk y El Gremmlin han transitado por imaginarias aventuras de la mano de otro ser inclasificable, Uncle Rask, un ente que intenta aparentar ambigüedad mientras le delata su corazón (poco más o menos como a Rasmuk, pero con menos pelo). Así, han disfrutado en viajes virtuales con el Dalai Lama y sus trompetitas tibetanas, han sido testigos de las actuaciones de los escuadrones de Winnie Mandela, han descubierto la longevidad de las momias y se han emborrachado en el Siete, mientras las flechas volaban a su alrededor.

Ahora reposan ajenos a esos días, pero en el fondo, oculto en su interior, late el espíritu de algo recuperable. Por eso, cuando se encuentran, no pueden parar de reirse.

PD: Este post ininteligible es producto de una reelectura de El Incal, esa maravilla de Jodorowski y Moebius.

jueves, octubre 26, 2006

Entre tren y tren

Vuelvo a Valencia un par de días por cuestiones académicas y los madrugones me saben a gloria por la inminencia de viajar en tren. Aunque sean dos horas, disfruto como un adolescente con su primer beso. Me deleita viajar. La liturgia que lo acompaña, los olores de la estación, el movimiento oscilante del tren, mirar a los pasajeros que duermen o leen la prensa o miran despreocupados el paisaje. ¡Qué gozada!

Me gusta, evidentemente, porque me relaja y con la calma arriban pensamientos reparadores. Además percibo mis posesiones más íntimas. Unos pies para que se apoyen otros pies descalzos y bailar frente al mar; un coro de soul para acompañar los besos y caricias; una mirada verde para escuchar a unos labios zarzamora; unas manos grandes y resecas para dibujar las emociones en el aire; una nariz para darle gustito a mis orejas.

Además me llevo, como bonus extra, un disparo al alma, que me da alas, y que viene de un experto en marketing como Paul Fleming, cuya pasión en las clases es directamente proporcional a la de su entusiasmo ante la vida. Habría que preguntarse qué nos hace sentir orgullo.

lunes, octubre 23, 2006

Mundos paralelos

La tarde se presentó igual para todos. Soleada y tibia, aunque con el anuncio de una tormenta que no llegó. A la misma hora que viajaba a Valencia para encontrarme con Bruce Springsteen (¡qué grande el "boss", cuánta pasión, qué derroche, qué espectáculo ver a 28.000 personas saltando y gritando en la penumbra de un estadio después de dos horas y media de concierto!), Belinda y Richard de Leicester se encaraban con los nervios y con la tensión propia de quien está a las puertas de un momento decisivo, aunque no lo sepa.

En el momento en que me subía a un vagón de metro atestado de adolescentes eufóricos y maduritos excitados para ir al estadio donde se celebraba el concierto, ellos bajaban de los coches floreados, ante la mirada cómplice, afectuosa y alegre de familiares, amigos y algún que otro despistado que se asomaba a la puerta de la iglesia.

Cuando "el jefe" entonaba el "Oklahoma home", con un ritmo de swing más propio de los pantanos de Louisiana que de las fábricas de New Jersey, la pareja inauguraba un baile nupcial, en el que los movimientos torpes y forzados de él contrastaban con la ligereza con que se movía el vestido de ella.

Hoy yo estoy en el despacho anhelando una tarde de modorra y cine en el sofá (al igual que los antojos de las embarazadas, ¡qué no daría por echarme de nuevo a la retina las andanzas de Kevin Kline en "French Kiss", en lugar de los apuntes de Institucional!), mientras sus almas se extasían ante la visión del Partenón y deshacen las maletas para callejear por la Plaka.

Ojalá, después de su tiempo, Belinda no acabe camuflada entre papeles, parapetada en la rabia conformista y Richard siga preguntándose cuál es el camino. Suerte a los dos. A veces, los mundos paralelos se encuentran. Quién sabe.

sábado, octubre 21, 2006

Quiero ser gijonés

Ya que jamas seré negro ni tocaré el saxo como Dexter Gordon (¡ahh, qué maravilloso viaje alrededor de la medianoche nos diste, Tavernier), me hago gijonés, aunque no haya estado nunca en esa ciudad. Y qué más da. Todo lo que propone, entusiasma.

Porque allí puedes charlar con Paul Auster en el Teatro Jovellanos, como si estuvieras en un agradable café; porque la ironía no es sólo patrimonio de las culturas mediterráneas, si no porque iban a llamar semana negra a ese acontecimiento que es una invitación a saborear escenarios, ideas y propuestas, en las que la música, la literatura, el comic y el arte conviven todos los años para envidia de los que lo vemos desde lejos; porque luego llegan el festival internacional de comic y el de cine, y uno, ya harto de tanto sol y tan poca cultura en esta ciudad, se relame pensando que además todo aquello es verde y no precisamente por tanto campo de golf.

Nada, que me hago astur, cambio la bicicleta de carretera por unas botas de montaña, la piscina por una tabla de surf, Torremanzanas por los Picos de Europa, la horchata con fartons por los chorizos a la sidra y el periodismo por una granja de vacas. Además, volveré a echarme unas risas y podré charlar con mi amiga Elena. Habrá que verlo.

martes, octubre 17, 2006

No se puede aguantar este vicio

Kukuxumusu man se revuelve en su silla giratoria y la echa hacia atrás en dirección a la ventana. La espalda, antes curvada frente al ordenador, se apoya contra el respaldo con una mezcla de decisión y satisfacción. Se remanga los camales de los pantalones mientras abre las piernas. Se siente ufano. Cruza las manos tras la nuca. Por repetitivo este gesto espontáneo parece estudiado.

Una enorme sonrisa se dibuja en su cara, tan grande que le deja al descubierto casi todos los dientes. Se relame en su interior, tanto que hasta se puede escuchar, aunque no lo emita, ese sonido en forma de “ummmm” que le acompaña cuando pide una cerveza bien fresquita. En el fondo se siente orgulloso, no por lo que ha creado, sino porque sigue teniendo la oportunidad de sacar más monstruitos al ciberespacio, además de enganchar a más de un descreído.

Una risita sorda, seca, irónica se escucha en la otra parte del despacho. El eurocomunista se siente cómplice en toda esta historia. Gracias al pibe ha podido montar un "sarao" rejuvenecedor de eso que llaman periodismo.

Lo más grave de todo esto es lo que ha generado, la influencia tan perniciosa en unos cuantos como el que suscribe (¿a cuántos más han intoxicado estos desaprensivos?), una adicción que crea dependencia y rutinas que pronto estarán en los manuales de los departamentos de Recursos Humanos de las empresas y organizaciones.

Me utilizo para ejemplificarlo. Cada mañana, desde hace un par de meses (más o menos cuando inicié esta ¿delictiva? actividad), dedico unas horas, al llegar al despacho, a navegar en el hemisferio blog. A fuer de ser sincero, vengo pensando en ese momento desde que me como el kiwi en el desayuno.

Espero con expectación qué me depararán hoy los comentarios a mi última entrada y qué contarán amigos, afectos y desafectos en sus respectivos posts. Así que allá que me lanzo, sabiendo de antemano (qué previsibles somos en ocasiones) qué me puedo llegar a encontrar.

Sé que las arenas movedizas convocan a mis neuronas (¿no era sólo una?) y las ponen en forma; que, aunque los tiempos cambian, compartimos aficiones y gustos (de Fito a Michael Madsen, de Peckinpah a David Lynch), pese a que no podamos peregrinar a UFO; que el caos es más comprensible cuando leo sus reflexiones; que, aunque no lo diga en voz alta, hay un periodista con pasión y reflejos adaptándose a Madrid; que me enfocan, en un plano corto, las visiones más jocosas de la vida; que la llamada a integrarnos en Elche, en el fondo es un grito argumentado y apasionado; que Johnny "Slide" Mago me va a culturizar musicalmente mientras nos esperan unas rubias y más sorpresas en el Hard Rock; que la adrenalina se me dispara y me entusiasmo con la aventuras alicantinas; que pese a la indecisión hay mucho trecho por recorrer; que Africa tiene otro color, aunque no nos lo quiera mostrar (propongo hacer campaña a favor de que se moje de una vez); que el compromiso con los e-migrantes, aunque no aparezcan habitualmente en sus líneas, siempre existe.

Podría seguir, pero con estos chutes de momento aguanto (aunque se perciben ya algunos síntomas, como el abuso del relativo, je).

lunes, octubre 16, 2006

¿Qué aparecerá mañana?

No existe un patrón aparente, un cordón umbilical visible que le dé coherencia, un sentido a las entradas de esta válvula de escape de lo íntimo y particular. Surgen, más bien, por los impulsos de lo que depara el amacener, cuando alguna frase o imagen se ha descolgado del sueño.

A veces me muevo por los días creyéndome una especie de Karen Blixen con cara de lápiz (¡Dios, qué feo soy, esa nariz que me anuncia, las orejas que no me caben en la cabeza, el cuerpecillo de tigretón! Ahora, además, después de mi intento de cortarme el pelo yo sólo, con la testa casi rapada, sólo falta el número 8 en mi calva y un tipo que diga: "La 8 en la esquina").

Si a la sosias de Isak Dinesen, además de lavarle el pelo (una de las escenas más eróticas y sexys del cine, ¡cuántas no habrán soñado con una situación como esa, con un tipo como el Redford acariciándole el cabello! Personalmente me quedo con Berkeley, el amigo elegante y discreto de Finch, tan británico y al tiempo tan rotundamente libre), le daban una entrada para componer una narración sobre la marcha, a mí me asaltan las historias en lugares menos prosaicos: un vagón de tren, al lavarme los dientes, encima de la bici.

La última anteayer. "La nostalgia me desnutre". Así me desperté, después de un viaje onírico que, como siempre, no recuerdo. Esa frase, en forma de pensamiento, viene a mi lado a todas horas. ¡Hay que joderse! ¡Por qué no aparecerán restos del sueño en forma de mujer atractiva y sensual, o sensaciones más materialistas, como que me toca la lotería! No, coño, se presenta lo profundo.

Ya me tienes, entonces, dándole vueltas, buscándole el sentido. ¿Lo tendrá? ¿Será una manifestación de mi subconsciente? Descubro, al cabo de unas horas, que he dejado de añorar lo perdido, que la evocación de lo vivido es únicamente a través de imágenes que me hacen sonreir o gritar, que los sentimientos de culpa, alegría o tristeza ya no me sirven, más bien me hacen retroceder si no los empleo en crecer.

Así que me ocupo en no olvidar, pero con la mirada puesta en lo que ha de venir. Ya sé que suena, pero, de cuando en cuando, me lo tengo que decir. Y como ahora, por fin, vuelvo a escribir, lo cuento, no vaya a ser que el gran Rask siga preocupándose por mí de madrugada, cuando el aire acondicionado, además de dejar a la Chelotas como un polo de limón, todavía no le concilia el sueño.

miércoles, octubre 11, 2006

Muerte y vida

¿Y si un trozo de satélite cae del espacio y me aplasta cuando sufro por las cuestas de la carretera que sube de Agost a Castalla? ¿Me quedaría integrado, asimilado, siendo ese trozo de residuo espacial y yo una sola cosa, mitad ente inerte, mitad amasijo de metal? Seguramente habría el mismo despelote que en el funeral del novio de Maggie O´Conell.

"Los funerales son para los vivos", asevera Chris Stevens. ¡Qué fastidio perderme mis exequias! Aunque pensándolo bien, si al menos fuera una fiesta. ¡Tendría que ser una celebración! Y poder asistir, despedirme de la gente que quiero, que el paso a lo desconocido sea en compañía, con aquellos que son parte de mi vida, en un encuentro que simbolice todo lo que da sentido a la existencia, al menos para mí. El amor, la amistad, la música, la poesía, las emociones, el sentimiento, la camaradería, el sexo, la soledad, el encuentro, el reencuentro, las risas.

Dicen que en los funerales irlandeses, los asistentes, familiares y amigos, beben y comen para recordar la memoria del que ya no está. Lo acompañan durante un tiempo para que en caso de que el muerto se despierte, no se sienta solo.

Llevo unas semanas pensando en este tema y me invade una sensación extraña. No siento que esté cercano el día en que alguien escriba mi obituario, pero desde hace años me fascina la posibilidad de comprobar las reacciones ante mi fallecimiento. Con el paso del tiempo he abandonado esa actitud vanidosa y ahora sólo me interesa poder decir "hasta luego" en persona de forma consciente y sincera.

Viendo a un desvalido Nicolas Cage intentando hablar en el funeral en vida de su omnisciente padre (Michael Caine), pensé en cómo me gustaría despedirme de los que me han acompañado.

Y esas elucubraciones me van llenado momentos del día, me acompañan en los kilómetros eternos en la bici (sí, andando en bici, Wigmaru), en los instantes previos a la vigilia.

Por ahora sólo he concebido un escenario con amigos músicos y la posibilidad de cantar una canción (ya que no me van a escuchar nunca más y que la fiesta es mía, qué carajo, que sufran los asistentes), y un saludo personal a cada uno de los allí presentes, unas palabras que intenten decir lo que durante años no he dicho a cada uno de ellos.

Ahora que todavía hace buen tiempo, y que la lluvia y el viento no me dejan fumando en casa, seguiré saliendo en "la burra". Algo más se me ocurrirá. Quizá el menú. Se admiten peticiones.

lunes, octubre 02, 2006

Miles de mariposas

Me topo con un día que no esperaba. Las rutinas matutinas, que cada amanecer intento dominar y que nunca consigo, de ahí que siga siendo un impuntual, no me auguran lo que luego me encuentro. Solo al cabo de una hora empiezo a sospechar que no es una jornada apacible en mi interior.

Espero en el andén y estoy intranquilo. Me recuerda a las horas previas a los exámenes, cuando la tensión, la incertidumbre, la inquietud, los nervios te dominan. Mi cuerpo lo manifiesta: la voz se agrava, se torna profunda, dura y seca; sudan mis axilas, aunque la temperatura sea agradable; el rostro se contrae y la expresión adquiere el mismo matiz que mi voz.

Desconozco qué tiene que venir. No hay motivos para estas sensaciones, ni me examino, ni tengo que firmar un contrato, ni tan siquiera se avecina la tormenta de un lunes pesaroso y plúmbeo. Sólo pienso y me dejo llevar por la vida. Al menos eso creo.

Recuerdo las palabras de mi amatxo, que se asoman sin avisar: "La amistad y el amor son dos copas frágiles. Hay que llevar cuidado". Y de repente pienso en la intransigencia de la memoria, que únicamente te enseña las imágenes que ella quiere (¿o las que a mí me apatecen?); pienso en la ingenuidad del corazón, que de a ratos suspira sin motivos; pienso en la inconsistencia del alma, tan liviana, tan frágil, tan expuesta.

Pienso también en Tahar Ben Jelloun, en "El último amigo", en aquello que reflexiona sobre que la ausencia y el silencio todo lo alejan. Pero mis sentimientos no desertan, aunque últimamente me aleje de ellos y los traicione. Pienso en el amor, la amistad, la familia. Pienso, sólo pienso.

Y las miles de mariposas siguen en el estómago. No se van. ¿Hasta cuándo?