Lo sé, lo sé, lo sabemos, pero no está demás recordarlo
Miro con asombro los paisajes idílicos, de postal de kiosko en verano, deleitándome, saboreando el viaje. Todo es verde, calmo, relajante.
Ellos, con espanto, con incognitas en los ojos, en el cuerpo, en el alma. Todo es azul, inmensamente azul. O gris. La mayoría de las veces negro, un oscuro abismo en el que se mecen.
Viajo cómoda, confortablemente, en el calor mullido, sereno y agradable de puntuales trenes.
Ellos, a merced del frío, las corrientes, las olas, de modernos piratas que los engañan en pateras, barcazas, cayucos (ya se sabe que necesitamos ponerle nombre a las cosas que desconocemos, nos hacen sentirnos más seguros).
Un hombre con un carrito rebosante de comida y bebida atraviesa el pasillo del vagón.
A ellos, ya hace tiempo que se les agotaron el agua y los alimentos.
Yo cruzo Suiza con destino a Lucerna.
Ellos, el Atlántico, hacia no se sabe dónde.
PD: Gracias a Comuniccad, por la contaminación; a Manolo García, a quien le debo una de inspiración; a Maru Sánchez, por su luz constante y eterna; a Luis García Montero, por acompañarme este día.
Del Mediterráneo a los Alpes
En Suiza todo está cuesta arriba. Los pueblos, las calles, las rutas de trekking, los precios. Con esto, no es difícil imaginar mis agujetas, en casi todas las partes de mi cuerpo, incluso en aquellas que no son físicas. Por dolerme, me duele hasta el bolsillo (una lechuga, de invernadero, 2,80 euros). Ya se puede apreciar que el lirismo se ha quedado junto al mediterráneo y que aquí me acompaña el pragmatismo más inmisericorde.
Pero prosigo con la altura. La manifestación más evidente de los esfuerzos diarios en esta parte de la Confederanción Helvética (¡ah!, se me olvidaba, hablo desde el Cantón de Valais, que se pronuncia con efe, "falé", en el pueblo de Ovronnaz, cerca de Sion, para los curiosos) se presenta todas las mañanas, cuando al salir de casa de mi hermano Pablo (dedicado profesionalmente a la fisioterapia y ociosamente a subir montañas y bajarse música) me saluda una rampa con un desnivel del 25%. Le doy corporeidad porque creo que me habla; más bien se ríe: "Hola, majo, a ver cómo subes hoy. Venga no te achantes. ¿No haces tanta bici, machote, chulito?"
Pues así estoy desde que llegué el miércoles. Siempre subiendo. Según Johnny "Slide" Mago, se me van a poner unos gemelos que ni Venus Williams. Yo creo, por el dolor que me acompaña, que el culo se me va a quedar de piedra. Ayer, sin ir más lejos, como dos turistas, con pintas de españoles entre rubicundos corpulentos y mecanismos fotográficos pegados a dos ojos rasgados, nos presentamos en Zermatt, una de las estaciones de esquí más emblemáticas del país.
Aquí que mi hermanito, el hermanísimo, con 11 años menos y con menos polución en los pulmones va y dice: "Ya puestos subimos en teleferico y nos bajamos andando". Dicho así, no suena mal. La realidad es diferente. Subir, subimos. En teleférico, sí. ¡Qué vistas, qué panorámicas! ¡Mira los glaciares! ¡Fíjate, está nevando! 2.939 metros de altitud. Parada, Trockener. ¡Hala, para abajo! Destino, Zermatt, a 1.620 metros.
Menos mal que hoy el muchacho se ha vuelto a incorporar a su trabajo. Eso sí, también tiene agujetas.
Mañana me daré unos baños termales. También Pablo lo requiere. ¡Menos mal!
¿Necesidad, creencia o curiosidad?
Me adentro en este universo ¿paralelo?, del que desconozco la mayoría, por no decir todas, las claves, rituales y consignas precisas para su uso. Vaya de antemano mi disculpa a aquellos navegantes profesionales que se topen con este experimento, a los que de alguna forma reclamo su comprensión, ya que prometo, de vuelta a España y a mi todavía atractivo puesto de trabajo, ponerme al día para no parecer un paleto cibernético (en este punto supongo que mis compañeros Ramón Salaverría y Sergio Martínez Mahugo encontrarían carnaza para sus comments).
Esta introducción preventiva me sirve para salvaguardar las metededuras de pata de ahora en adelante, ya que me da la sensación que voy a seguir intentándolo durante un tiempo, atraído por la posibilidad de conocer hasta qué punto esta herramienta, que tanto defiendo en mis clases de Comunicación Institucional, puede tener una utilidad cierta más allá de preceptos teóricos con los que me desenvuelvo.
Por tanto, el título de esta entrada quizá debería llamarse "¿Experimentos?". El tiempo, ese del que Sándor Márai, en su libro "El último encuentro", asegura que todo lo conserva aunque se vaya descoloriendo como en las fotografías antiguas, determinará el resultado de este ensayo.
Sin embargo, he de reconocer que este blog es fruto de la necesidad de responder a una entrada en blog ajeno, concretamente en el maldita Rebeca, y que la propia arquitectura de este lenguaje me ha traído hasta aquí. Así que ¡lancémonos a la aventura!
Estas palabras se me antojan oportunas a 1.400 metros de altitud como estoy, en plenos alpes suizos, disfrutando no sólo de paisajes idílicos y espectaculares sino también de temperaturas igualmente atractivas. ¡Qué gozada no sudar por las noches como en tierras alicantinas!
Desde el país, como acredita Guiomar, de los quesos, el vino y el perro de Heidi, Niebla, envío saludos a quien quiera recogerlos.