Aseguran los que han sido testigos de algún momento de esos, que en noches como esta salen de, no se sabe dónde, unos tipos extraños, irreconocibles, aunque le den un aire a alguien conocido. Pero no, son otros, ¡qué sé yo!, trasmutados, camuflados, adaptados, o lo que se os ocurra con el sufijo -ado.
En esos instantes que aparecen, cuentan los privilegiados, se percibe una atmósfera especial, singular, inquietante por la sorpresa inminente más que por la pinta de esos estrafalarios que se suben a las rocas y miran al cielo.
Entonces hablan. No son profetas, ni aspiran a ello. Sencillamente comienzan a contar historias, relatos que en sus voces acuosas y acuáticas se transforman en prosa poética, que llevan al que escucha a un estado de expectación serena. El ritmo de las palabras se detiene en el aire, de la garganta brota un sonido hipnótico, sedante, cadencioso, al mismo compás de las olas que los vigilan.
Hay quien dice que los han visto andar, por una vez, recto, y no de lado o hacia atrás. Sólo esa noche. Una especide sortilegio que se cumple cada mes, y que si te coge cerca te atrapa, con su pinza literaria. Son herederos de la cosmogonía más auténtica, aunque la mayoría de las veces las imágenes que evocan surgen de una imaginación desbocada.
Aunque les puedan calificar de orates, los que han tenido estos encuentros salen sonriendo. Vete a saber porqué.
Y se coje a mi brazo debajo del paraguas, como las damas del pueblo. Se viste con sandalias y calcetines, como las inglesas en la campiña. Y se duerme a todas horas, como los recién nacidos.
Me alcanza la vida y se camufla entre la ropa de otoño. Encuentra los bollos duros y los saborea con sucedáneo de cacao y leche desnatada. Y siempre saca la toalla naranja.
Me alcanza la vida en una clase con tres alumnos sorprendidos y una camisa de lino azul llena de tiza.
Me alcanza la vida de nuevo en los trenes, viajes oníricos con pasajeros de muchas nacionalidades y olores y colores.
Me alcanza la vida y en el bombo sale el dos:
la segunda promoción que me acogió en su amistad y sigue reconfortándome;
las dos entradas que me regalan y que me ilusionan por quien lo hace;
los pies, dos, que ahora son estufitas de refugio de montaña;
las dos paredes derribadas que darán luz a la casa;
los sentimientos a duo que se encuentran en las carreteras de la huerta;
las dos veces que he pensado que estas líneas son muchas para los últimos tiempos;
los dos lados de la cama ocupados;
los dos besos que reclama la amatxo;
los dos gruñidos cuando se los doy;
las dos sonrisas con que me los devuelve;
las dos docenas de minutos que llevo escribiendo esto;
No cesa la lluvia. Hay que quedarse en casa. Recogido, acurrucado, frotándose los pies. Sacas una manta ligera que te cobije. ¿Por qué no le das también un poco de cariño? A lo mejor luego llegáis a otros territorios.
PD.- Quizá la película más sincera y auténtica del casi siempre efectista Alan Parker.
Se subió a mis pies descalzos para enredarse en mi cuello Nos movíamos despacio, al ritmo que sugería Eric Clapton ¿O era su corazón? Yo trabajaba en Mercadona Ella le leía poemas a los ancianos Vivíamos como en la canción de Sabina pero con latas de atún y pan de Mutxamel La humedad de sus labios le delató: se dormía La llevé a la cama y le puse la camiseta de los gatos Me quedé una eternidad contemplándola
Después de tantos años tendré que renovar la canción. Y le susurraré, para que mi voz le alcance.
Con la mirada puesta en aquello que está por llegar seguramente me he estado perdiendo lo que ya ha venido. Así que he dejado de proyectarme y me recreo en los momentos presentes; a modo de los clásicos empiezo a abusar del carpe diem, mientras preparo un doctorado y me cuestiono si las clases de Periodismo que imparto son realmente útiles o forman parte de los peajes que los alumnos han de abonar para conseguir sus objetivos.