Madrugada del jueves al viernes. 3.30 horas. No puedo dormir. En lugar de plancharme el traje para el acto de graduación de mañana de la 3ª promoción de Periodismo, estoy preparando el disfraz de Mosquetero y las espadas de corcho que me voy a poner para recibir a mi sobrino Marcos cuando me lo traigan sus padres el sábado por la mañana. Mañana recojo el traje de Marconi. Le dejaré el de Portos a él y yo me pondré el del sicario de Richeliu, ese que era tan malo. Así, en el duelo, gana el enano.
Tendré que sacar el corcho de la botella de vino para pintarnos los bigotes.
No me extraña que me llamen inmaduro.
¡En guardia, rufián!
PD. También le he preparado un barco pirata con la canoa que tengo en casa. ¡Cuándo nos vean bajar a la playa con parches, un diente negro y pañuelos de seda en la cabeza!
Dicen los canallas de mis hermanos que se van a venir a grabarlo.
Como hablo mucho de lo que me gusta tomar cervezas y algún que otro "Stolisnaya" con zumo de naranja (en Bruselas era con Minute Maid, pero Guiomar y Rebeca ya no nos dejan entrar a mi compadre Sergio y a mí para que les saqueemos el minibar), me llaman alcohólico. También inmaduro. Pero esto lo último lo confirmaré mañana cuando os hable del disfraz de mosquetero y de mi sobrino Marcos.
Grito e insulto desde la bici a los conductores que no respetan a los ciclistas y que nos ven como un elemento más del paisaje.
Evito los contactos sociales y me refugio en el caparazón de mi casa-barco.
Me dejo a Hermann Hesse, y a Pessoa, y el Fotogramas y los folletos del Carrefour.
Estiro una pierna en el sofá y la otra en la cama.
Sonrío, no río.
Pretendí alejarme porque había faltado a la confianza y la incipiente complicidad de una persona redescubierta, pero me estoy distanciando de mí. Y eso tampoco me gusta. Ya me perdí hace unos años y me costó encontrar la puerta de entrada. Y ahora hay un Conejo gigante que grita "Deprisa, deprisa", pero reclamo la pausa de los encuentros, de la cerveza, de los guiños, de las conversaciones, de los maloshumores que desaparecen con una palabra, de las confidencias, de los pensamientos absurdos, de las miradas interesantes, de las cosas por ver, del lenguaje no verbal, de los roces, de la vida que siempre está.
Y si no estoy, me la pierdo.
Me desdigo, y vuelvo. Me redigo y escribo. Me digo y me muestro.
Literatura y pasión, besos que doy, abrazos que recibo.
En los últimos tiempos experimentaba una paradójica sensación respecto a este muestrario virtual: la necesidad de escribir, de contar, innata y apasionada desde mi adolescencia, se enfrentaba a la percepción de que las palabras se estaban convirtiendo en un ejercicio de vanidad, ego, narcisismo.
Y no me gustaba, pero seguía. Algunos de los últimos post no respondían a este diagnóstico, pero la mayoría, sí. Ahora lo acabo de comprender y sé que mis palabras, aunque bienintencionadas, han molestado. Y eso tampoco me gusta. Lo siento, me disculpo públicamente, como públicamente he quebrado la confianza.
No me siento con ánimos de seguir asomando a la pantalla mis interioridades, aunque sabía que ese era un riesgo cuando comencé esta aventura. Un viaje que se convirtió en un bálsamo para mis demonios en ocasiones; en otras, un canal de comunicación y diálogo con personas lejanas o desconocidas o cercanas, siempre amigas; de a ratos, un ejercicio de compartir emociones, vivencias o experiencias; las más de las veces un mosaico de sentimientos que, por carácter y tradición, he mantenido alejado de las miradas.
Me retiro. Igual vuelvo. No lo sé. Pero os agradezco lo vivido virtualmente, que casi siempre era reflejo de lo compartido con la piel.
Ciertas partes de mi cuerpo son estos días como globos hinchados con chinchetas dentro. Por eso al moverme en la cama aullo. Mis vecinos van a pensar que tengo una vida sexual de lo más variado dada la variedad de chillidos que emito. Si me vieran con la faja anatómica que me puso el doctor Boogey incluso creerían que emulo al Marqués de Sade, pero a lo cutre, ya que en lugar de cuero negro y latex es de color carne y hecha con poliester, nylon y algodón.
El dolor, que parece que no remite, también trae consigo por las noches sueños muy extraños. En lugar de dormir, dormito y en ese tránsito vivo situaciones curiosas, cuanto menos.
Hace un par de días, en el trajín de encontrar la postura menos traumática y en pleno duermevela, pensé en hacer una foto, para colgarla en el blog y así desmontar esa teoría que circula sobre mi mayoría de edad, de las heridas visibles (las internas, que son las más molestas, no se aprecian ni con las radiografías que me han hecho), pero los raspones, moratones y costras estaban en el culo y creo que mi madre (que asegura encontrar en cada lectura de este blog a un Fernando desconocido) me habría desheredado ¡y estoy como para rechazar ayudas ante la hipoteca).
Así que se me apareció otra imagen, difusa, vaporosa. ¿Por qué siempre que viajo creo que todo huele diferente? Los aeropuertos, el tren, las maletas, los calzoncillos, las ciudades.
Como en ese estado de inconsciencia esta idea se me hacía difícil de seguir (por mucho que haya tratado de intentarlo siguiendo las directrices del Jodorowskyde "Psicomagia"), se me apareció otra menos etérea, más palpable pero que se convirtió en un trance nervioso que me despertó súbitamente.
En el sueño llegaba Sonia Castedo (concejala de Urbanismo del Ayuntamiento de Alicante, del PP) y se bajaba de un Pegaso repleto de ladrillos, para luego acercárseme con aires seductores. No me lo podía creer, pero más inaudito resultó el sueño al comprobar que en la misma nube también se encontraban Etelvina Andreu (candidata del PSOE a la alcaldía de Alicante) y Gloria Marcos (cabeza de lista de Esquerra Unida a las Cortes Valencianas) esperando su turno.
Antes de despertarme, y quizá ese fue el detonante, se escuchaban los primeros acordes de Just a Gigoló, de Louis Prima, y vi a un desatado "Perro Loco". ¿O era mi hermano Eugenio trasmutado?
Con la mirada puesta en aquello que está por llegar seguramente me he estado perdiendo lo que ya ha venido. Así que he dejado de proyectarme y me recreo en los momentos presentes; a modo de los clásicos empiezo a abusar del carpe diem, mientras preparo un doctorado y me cuestiono si las clases de Periodismo que imparto son realmente útiles o forman parte de los peajes que los alumnos han de abonar para conseguir sus objetivos.