Voces alrededor
Me incorporo, careciendo, eso sí, de su pasión, espíritu crítico e ímpetu, a la reflexión de la
maldita bendita sobre los miedos y las inculturas.
Me subyugan los acentos, el sonido de las palabras, las expresiones de los silencios, las entonaciones, los ritmos que acompañan a los idiomas. La mayoría ni los entiendo, pero curiosamente me alegran los días.
Cuando leí a
Whitman por vez primera imaginé una voz inglesa profunda, estruendosa, ronca, como de tormenta en la montaña. Con
Rilke fantaseé con su alemán aniñado y cursi. A
Cirlot le puse la serenidad de lo cosmopolita. Y con
Benedetti, después de años de acompañamiento callado, encontré la dulzura en las imágenes de
Subiela y su
lado oscuro del corazón.
Pensaba que sólo me nutría de los sonidos poéticos, pero ahora sé que no. Se quedan en mi fonoteca la aridez de la mujer griega que nos dio de comer en la puerta de su casa en un pueblecito de
Creta; el lamento
gitano de
Kusturica; el embrujo del contador de historias de la Plaza
Jema ´El Fena ante los embelesados campesinos marroquíes que escuchan en cuclillas historias y leyendas; la perfecta caligrafía oral de los bares de Soria; la sensualidad de las muchachas en las estaciones de tren de Suiza; el atropellado ritmo de los taxistas de Singapur; la vaporosa voz de los amaneceres de una mujer.
Hay más, nos acompañan cada día, en autobuses, mercados, tiendas, aceras, tras el mostrador. A algunos les asustan, muchos ni las oyen, otros las escuchan. A lo mejor por eso escribo.
De orilla a orilla
Me reconcilio con la música en directo, con los conciertos en garitos, con músicos que se divierten en el escenario y que en el descanso toman copas entre el público, con las improvisaciones que disparan directo al corazón.
Hago las paces con la noche que no huele a perfume de marca, ni a linimento de gimnasio, que reniega del chunda-chunda y Bisbales, con la noche que no te apabulla con macarras (ojalá fueran los de ceñido pantalón; estos, no, estos son de cerebro en la bragueta, en las pesas y en los espejos) y donde las conversaciones y las risas son audibles y sinceras.
Esa es la noche con la que me topé, con tres músicos italianos y un uruguayo en un
pequeño local de Campello, que me llevaron de orilla a orilla, del Mediterráneo al Adriático y de allí a Copacabana y al delta del Mississippi. "Simone y la locomotra rossa", una coctelera de fusión en la que se agitaron tonadas napolitanas con bases de rock, un "Don´t worry" jamaicano a ritmo carioca, un "Aquellas pequeñas cosas" con
alma gitana o una sosa Luz Casal trasmutada en vocalista de un club de Nueva Orleans.
También, en esos instantes, me reenganché con la crítica del buen cine. Recuerdo, entre canción y canción, un cortometraje previo al inicio de
Delicatessen, también de Caro y Jeunet, que disfruté con la bailarina con cuerpo de media luna. En él los protagonistas repasaban las cosas que les disgustan y las que les agradan. Esa noche pensé que en el primer grupo pondría a los zoquetes que se quedan en la barra del local, gritando y riendo estruendosamente, mientras unos profesionales se ganan la vida encima de un escenario.
Si es que tanto reality está matando la educación... y la cultura.
No entiendo nada
Hay días indescifrables. Me levanto y me superan las noticias. Me cojen desprevenido los golpes de estado, las teorías conspirativas, las amenazas al estilo Corleone, las inquinas que vienen después de las amenazas, los líderes mediáticos que se aprovechan de la bulimia y la anorexia, las consecuencias de la degenaración del clima en forma de tornados y tormentas tropicales o el llanto de la tierra en la que no llueve, el marketing religioso...
Mientras, en lo más cercano, me percato de que en la teletienda ya no venden jamones ibéricos sino paletas, que las acciones de Quilmes cotizan al alza en Buenos Aires gracias a un
gallego con acento valenciano que las lía en Murcia y que dentro de unas horas me presento ante los alumnos.
Si es que no me entiendo.
A lo mejor
A lo mejor dirías
Si me quieres conseguir...Si me quieres conservar...Yo te digo
Ya estoyNo me iré
Las emociones que nos pillan
No sé de pintura, ni de escultura, ni de música, ni de poesía, ni de cine. Desconozco las técnicas, los procesos y la historia que hay detrás de cada una de estas manifestaciones artísticas. Supongo que como la mayoría, aunque a veces no sea un consuelo.
Y sin embargo, como ellos, sigo disfrutando, eso que Nabokov llama el placer estético, o que Carver (gracias, Alvaro) define como el escalofrío a lo largo de la columna vertebral. Belinda, más terrestre que ellos, enamorada del arte, arte toda ella, me lo recordó un día: "Deja que te emocionen. No hace falta entender, sólo que te toquen".
Y eso es lo que ha hecho
Adolfo "Fito" Cabrales con su "Por la boca vive el pez". Lo he escuchado 10 veces en tres días y en cada canción, en cada frase sigo descubriendo. Una crítica de estos días lo califica de auténtico. Ciertamente hay pocos que se atrevan a reconocerse en público con sus malos momentos personales y que de ellos surja lo emotivo. El penúltimo
Sabina, con ese regalo de la amistad que es la canción-poema de García Montero.
Seguramente
Johhny "Slide" Mago hará una entrada más certera sobre el trabajo del músico vasco. Me adelanto sólo por la necesidad de hablar. Y por decir que, a diferencia de Fito, yo sí bailaría contigo aunque sea sordo de un pie.
No es lo mismo
Toc, toc. ¡Uy, no! Clic, clic. Ahora sí, se abre el confesionario virtual. Más de una semana sin aparecer, que diría el de negro.
Sí, es que he estado muy liado.
Siempre hay tiempo para charlar, no lo olvides, hijo mío. ¿Hijo suyo? ¿Quién me habla? ¿El subconsciente? ¿El cardenal? Debo haberme quedado en un plano desconocido. O a lo mejor, como Fito, dejar la "peligrosa" sólo para las ocasiones especiales.
En fin, que aquí estoy.
Obvio, pailán. Otra vez la voz. Debe ser que no la dejo hablar, por eso sale. Como esa frase que se me viene apareciendo desde hace una semana: "Se asoman días...". Y allí se detiene. El otro día averigüé por qué. Y anoche, lo entendí. Y salió.
Se asoman esos días de rutina, de producción intelectual y académica, de horas ante el ordenador y preguntas adolescentes en el despacho, de conocimientos impartidos y desconocimientos compartidos con el de la pipa.
Se alejan los otros días. Los de inconsciencia ante los deberes doctorales, los de carreteras eternas y puertos de montaña que me queman los pulmones, los de cerveza "ahora sí, y luego también, qué carajo", los de lecturas intrascendentes y desapasionadas, los de "acabo de ver un pececico de colores" en un mar caldoso y triste, los de "no sé qué hora es" y "vamos a tomarnos la penúltima".
Pero anoche comprendí que también se asoman esos días en los que vuelvo al cole y los echo de menos, a
aquellos con los que me he entusiasmado y crecido, con los que he reído y sonreído, con los que he disfrutado y he aprendido, con los que te aceptan y no preguntan y también ríen y sonríen.
Vienen otros. Ya estaban. Pero no es lo mismo.
Cuando el genio creador se hizo cultura
Hace unos meses
Javier Marías renegaba en un artículo en
EPS de la peligrosa tendencia que se estaba implantando de celebrar todo tipo de efemérides. Cualquier nacimiento o muerte de alguien relevante o de un suceso notable de la historia tenía/tiene su conmemoración y el correspondiente hastío por parte de muchos. De todas formas, siempre hay excepciones.
Me han llegado los ecos de aquellas letras esta mañana al comprobar cómo algún medio de comunicación se interesaba por la obra póstuma de uno de mis escritores favoritos,
Raymond Carver, con motivo de la edición en castellano de "Todos nosotros", el legado poético del autor de "Quieres hacer el favor de callarte, por favor", que estará disponible el 18 de septiembre (aunque la librería virtual
Casa del libro lo ofrece para una semana antes, para los desesperados como el que suscribe).
Y se confundía la emoción de esta noticia con esa otra que ha llenado, desde ayer, las páginas culturales de los informativos televisivos: los 60 años que hubiera cumplido hoy el añorado
Freddy Mercury, que también nos dejó huérfanos de su genio hace ya tres lustros (menos mal que aquella locura de sustituirlo por George Michael se esfumó). El
homenaje en la red ya ha comenzado.
Todo esto viene a cuento de lo sorprendente de los criterios culturales de los diferentes medios de comunicación y sus soportes, condicionados como están por los intereses editoriales (al menos en el caso de El País, que es donde he leído la rememoración de Carver).
Por cierto, en mi afán de mejorar mi alfabetización digital, que diría
José Luis Orihuela, he navegado por las distintas páginas que abordan la figura y la obra del escritor norteamericano y me he topado, sin previo aviso, como siempre ocurre en estos casos, con las
Callecitas estrechas, una agradable sorpresa.
Fantasías viajeras
Acabo de llegar y ya me estoy marchando. No tengo remedio. No es
crisis postvacacional (qué profesor puede alegar eso), ni síndrome de la maleta tonta. No, es que las elucubraciones mentales (los menos rebuscados las califican de "pajas") y los viajes se me vienen agolpando en estos días entre los libros del doctorado y el arroz con costra de mi madre. Atrás dejo otros pensamientos que me asaltan en los trenes de cercanías y en las pedaladas, porque este que ahora planteo me parece más participativo.
Propongo no quitarnos la etiqueta del equipaje de mano y jugar. ¡Maravilloso! ¡Juguemos! Como en todo acto lúdico, habrá premio: una Mahou congelada y unos mejillones de Hacendado. Y unas risas. Todo al más original.
La idea consiste en no dejar que lo que nos espera en los próximos meses nos amargue la esperanza de las siguientes vacaciones. A mí se me hará más corto este periodo. Así que ahí va. Es muy simple. Pensar en tres destinos que nos gustaría no dejar de conocer y lo que haríamos en ellos.
Con los años me he vuelto clásico, así que ya que empiezo, me retrato:
* Descubrir las rutas de
Doctor en Alaska. ¿Habrá un Chris por la Mañana o un Holling Vincouer?
A ver quién sigue...
A quién le importa
Cinco de la tarde. Hora de toros y misas. Domingo. Muelle de
Tabarca. Pese al enorme toldo que nos cobija y al ligero levante que nos refresca, el calor es insoportable. La desproporcionada cola de pasajeros (qué no es desmesurado en verano) aguarda pacientemente el barco que les lleve a su destino: Benidorm y Santa Pola, en este caso.
Mi amigo Ignacio y yo, cargados de mochilas con aletas, gafas de buceo y con el molesto salitre que pica en las piernas, brazos y cuencas de los ojos, observamos la multitud. "La playa nos hace iguales a todos", suelta Ignacio. Por un momento pienso que no, yo no voy sin camiseta a la vista de todos en esos momentos, como muchos de los que esperan (entre otras cosas porque parezco un tigretón debido a mi paseos ciclistas: rosa en algunas zonas del cuerpo, blanco en otras y gordito).
Pero más allá de pudores estéticos, lo cierto es que en esta época del año es cuando más nos socializamos, algo así como que nos da por relacionarnos, las costumbres se relajan, enseñamos las lorzas sin recato, aguantamos mejor las dichosas fiestas de las urbanizaciones (barbacoas, niños que no saben quién era Herodes, padres émulos de OT...). Y así, todos. Ya lleven Rolex de la calle Serrano o de Taiwan, se peinen en Llongueras o se pongan los rulos en el cuarto de baño, vayan a campamentos en Irlanda o jueguen al fútbol en las calles.
Sin embargo, es absurdo reducirlo a una simple cuestión temporal, más de bien temporada. El amor, la depresión, la soledad, las borracheras, la pasión, el odio, la risa, la emoción, la exaltación ante unas piernas de mujer que se alejan de tu cama, el despertador... Estas son otras cosas o situaciones que también nos igualan. "A caso no nos tiramos todos pedos", zanja Ignacio una relación que ya se estaba volviendo cursi.
Como casi siempre, ocurre que mi pensamiento previo a la escritura tiene unas pautas determinadas, pero al final encuentra otro asunto más cercano. No lo puedo evitar. En cuanto que me lo proponga escribiré sobre lo que realmente quería compartir, la dejadez del Ayuntamiento de Alicante con la Isla, con Tabarca, con sus habitantes y también con sus visitantes. En realidad, creo que le es indiferente, pero se acercan elecciones. ¡Uggggg!